miércoles, 29 de febrero de 2012
domingo, 26 de febrero de 2012
Es el ala de los viejos de cuero duro. Aquí están los diabéticos, los dialíticos, los postrados. Las camas de metal oxidado suben y bajan esos colchones cubiertos con lona de plástico gruesa, igual a la que se usa para la publicidad de las campañas políticas. Las sábanas de algodón huelen a desinfectante industrial. Los viejos cubiertos de cobijas verdes se quejan, mi padre llora, gime, carraspea la garganta llena de gargajos, los pone sobre sus labios y los limpio. Me recuerdo como una mujer que cuida a un bebé. Mi padre vuelto a los pañales y a los balbuceos se arranca las sondas de la nariz y de los brazos, lo hace hasta que lo amarran a la cama.
El viejo me ruega cientos de veces que lo desate, dice "por favor" hasta que se duerme. Nunca le digo que no. Le digo: Sí, al ratito, en un ratito más, pa. Ahorita que me digan que ya puedo, te desato ¿Te lastima? Mi padre grita un ay que provoca sonrisas en el cuarto y le digo:
--Jefe, eso no se lo creyó nadie.
Le pregunto si quiere que le lea, le llevo toda la obra de su paisano, Juan Rulfo. Toda, como si fuera tanta. El libro pesa como tres kilos, pero la obra de Rulfo dentro de él ha de pesar como 200 gramos. No quiere lectura, así que leo en silencio algunos relatos y recuerdo a las tías. Pienso en mi padre muerto de hambre abandonando Tonaya con el dinero que consiguió al vender una marranita que se encontró en el campo. Veo en los personajes de Rulfo a los abuelos, a los tíos y me llega todo el paisaje reseco del "campo de aviación" lleno de hormigueros hambrientos. A ese lugar íbamos por las tardes a ver cómo los adultos jugaban al beisbol (nunca supe por qué le decían "campo de aviación", era nomás una planicie sin nada, en la que imagino alguna vez aterrizó un avión). Así eran mis vacaciones de chica. En Tonaya la gente decía que veníamos del norte. Yo era casi extranjera. Mis zapatos de plástico chino provocaban admiración al pasar por las calles empedradas.
Recuerdo las tardes de domingo en la plaza de Tonaya después de misa, el cine donde volaban los sombreros cuando aparecía en la pantalla alguna mujer de ropa chiquita y pienso que cuando volví hace pocos años ya no había cine. Mi tía Lupe me explicó que los dividís se lo acabaron. Ahora en la plaza ya no se venden cacahuates de a litro, ni hay carros churreros. El único que sigue vendiendo ahí es mi primo, su puesto de tacos es un éxito desde hace décadas. En el pueblo ya olvidaron su nombre, sólo los Mancilla sabemos que se llama Jesús, para los demás el hombre de los tacos es "El Tijuana".
Pauso la lectura imaginando lo qué diría Rulfo de lo que pasó con las casas chaparras tras la migración al norte. Los que volvieron a Tonaya forrados de dólares construyeron casas al estilo de California, sin cerca y rodeadas de pasto, con palmeras al frente y candiles de foquitos amarillos.
Mi padre delira, me dice:
--Dame un peón, dame un solar.
Es la segunda vez que voy a cuidarlo en el hospital, mi madre dice que no habla. Es extraño porque cuando he ido, siempre habla un rato, a veces tiene sentido lo que dice, a veces no. Hace años que yo no hablaba con él. Hablaba, pues, lo normal. El saludo y alejarme rápido porque no había caso.
A ratos camino por los pasillos, me asomo por las ventanas. Tijuana atardece, el este se llena de gente que camina, el tráfico rodea al hospital. Un viejo igual que el mío yace de lado, sus testículos se le asoman entre las piernas, los veo. Me recuerda a un león flaco que muere y siento pena. Veo a todos esos viejos miserables y no sé que sentir. Mi cuero se hace duro como el de ellos. Sólo me queda volver a mi silla a leer y a pensar que Rulfo era un viejo igual que estos.
El viejo me ruega cientos de veces que lo desate, dice "por favor" hasta que se duerme. Nunca le digo que no. Le digo: Sí, al ratito, en un ratito más, pa. Ahorita que me digan que ya puedo, te desato ¿Te lastima? Mi padre grita un ay que provoca sonrisas en el cuarto y le digo:
--Jefe, eso no se lo creyó nadie.
Le pregunto si quiere que le lea, le llevo toda la obra de su paisano, Juan Rulfo. Toda, como si fuera tanta. El libro pesa como tres kilos, pero la obra de Rulfo dentro de él ha de pesar como 200 gramos. No quiere lectura, así que leo en silencio algunos relatos y recuerdo a las tías. Pienso en mi padre muerto de hambre abandonando Tonaya con el dinero que consiguió al vender una marranita que se encontró en el campo. Veo en los personajes de Rulfo a los abuelos, a los tíos y me llega todo el paisaje reseco del "campo de aviación" lleno de hormigueros hambrientos. A ese lugar íbamos por las tardes a ver cómo los adultos jugaban al beisbol (nunca supe por qué le decían "campo de aviación", era nomás una planicie sin nada, en la que imagino alguna vez aterrizó un avión). Así eran mis vacaciones de chica. En Tonaya la gente decía que veníamos del norte. Yo era casi extranjera. Mis zapatos de plástico chino provocaban admiración al pasar por las calles empedradas.
Recuerdo las tardes de domingo en la plaza de Tonaya después de misa, el cine donde volaban los sombreros cuando aparecía en la pantalla alguna mujer de ropa chiquita y pienso que cuando volví hace pocos años ya no había cine. Mi tía Lupe me explicó que los dividís se lo acabaron. Ahora en la plaza ya no se venden cacahuates de a litro, ni hay carros churreros. El único que sigue vendiendo ahí es mi primo, su puesto de tacos es un éxito desde hace décadas. En el pueblo ya olvidaron su nombre, sólo los Mancilla sabemos que se llama Jesús, para los demás el hombre de los tacos es "El Tijuana".
Pauso la lectura imaginando lo qué diría Rulfo de lo que pasó con las casas chaparras tras la migración al norte. Los que volvieron a Tonaya forrados de dólares construyeron casas al estilo de California, sin cerca y rodeadas de pasto, con palmeras al frente y candiles de foquitos amarillos.
Mi padre delira, me dice:
--Dame un peón, dame un solar.
Es la segunda vez que voy a cuidarlo en el hospital, mi madre dice que no habla. Es extraño porque cuando he ido, siempre habla un rato, a veces tiene sentido lo que dice, a veces no. Hace años que yo no hablaba con él. Hablaba, pues, lo normal. El saludo y alejarme rápido porque no había caso.
A ratos camino por los pasillos, me asomo por las ventanas. Tijuana atardece, el este se llena de gente que camina, el tráfico rodea al hospital. Un viejo igual que el mío yace de lado, sus testículos se le asoman entre las piernas, los veo. Me recuerda a un león flaco que muere y siento pena. Veo a todos esos viejos miserables y no sé que sentir. Mi cuero se hace duro como el de ellos. Sólo me queda volver a mi silla a leer y a pensar que Rulfo era un viejo igual que estos.
sábado, 18 de febrero de 2012
jueves, 16 de febrero de 2012
Ahora vivo al lado de la biblioteca donde nunca hay parking. Cocino en espirales calientes. Tengo una tina, siempre quise una tina (no es mía. bueno, sí. por un rato, como todo). Atravieso a diario la frontera en un carro eléctrico. Soy un extraño caso de migración circular; por las mañanas cruzo al sur; por las tardes al norte. Estoy loca. Casi no tengo muebles. Gano en pesos, gasto en dólares. No hablo con los vecinos, pero sonrío. Tengo flores y ramas de eucalipto en la mesa. Me tropiezo con Carmen Boullosa dos veces en el mismo día y la evito. Casi no camino por la noche, pero las flores al oscurecer, y los cachitos de madera en los jardines, y el pasto pardo de mi casa y el tapete a cuadros de Rubick y mi conspiración que sigue viva (No hay enemigo pequeño, no lo olvide usted).
Llamo a casa del sur, visito mi otra casa, alimento a la perra, sacudo las agujas de pino de mi otro carro, saco la basura, recuerdo que ya no fumo.
El padre sigue sin morise, la madre lo mantiene vivo. Nuestros personajes son ridículos: el tirano moribundo, la conciliadora, la mártir, la criticona, el ausente, el pasivo-agresivo; hermosa familia de foto.
A mi madre le parece siniestro que la lleve a cotizar el funeral de mi padre. Me da risa que a los de la funeraria no les guste perder el tiempo con la gente que sonríe. Quieren caras deshechas, manos autómatas que firman cheques, dedos laxos que no saben contar dinero, quieren frases como: "aquí, entiérrelo, no quiero saber nada". Desprecian a los que preguntamos por el precio sin el muerto.
Llamo a casa del sur, visito mi otra casa, alimento a la perra, sacudo las agujas de pino de mi otro carro, saco la basura, recuerdo que ya no fumo.
El padre sigue sin morise, la madre lo mantiene vivo. Nuestros personajes son ridículos: el tirano moribundo, la conciliadora, la mártir, la criticona, el ausente, el pasivo-agresivo; hermosa familia de foto.
A mi madre le parece siniestro que la lleve a cotizar el funeral de mi padre. Me da risa que a los de la funeraria no les guste perder el tiempo con la gente que sonríe. Quieren caras deshechas, manos autómatas que firman cheques, dedos laxos que no saben contar dinero, quieren frases como: "aquí, entiérrelo, no quiero saber nada". Desprecian a los que preguntamos por el precio sin el muerto.
jueves, 2 de febrero de 2012
Francine turned over to him and slipped his arm around here. Three a.m. drunks, all over America, were staring at the walls, having finally given it up. You didn't have to be a drunk to get hurt, to be zeroed out by a woman; but you could get hurt and become a drunk. You might think for a while, especially when you were young, that luck was with you, and sometimes it was. But there were all manner of averages and laws working that you knew nothing about, even as you imagined things were going well. Some night, some hot summer Thursday night, you became the drunk, you were out there alone in a cheap rented room, and no matter how many times you'd been out there before, it was no help, it was even worse because you had got to thinking you wouldn't have to face it again. All you could do was light another cigarette, pour another drink, check the peeling walls for lips and eyes. What men and women did to each other was beyond comprehension. Tony drew Francine closer to him, pressed his body quietly against hers and listened to her breathe. It was horrible to have to be serious about shit like this once again.Los Angeles was so strange. He listened. The birds were already up, chirping, yet it was pitch dark. Soon the people would be heading for the freeways. You'd hear the freeways hum, plus cars starting everywhere on the streets. Meanwhile the 3 a.m. drunks of the world would lay in their beds, trying in vain to sleep, and deserving that rest, if they could find it.
El último parrafito de Long Distance Drunk de don Ch. Bukowski.
miércoles, 1 de febrero de 2012
La casa del campeón en un trailer park. Me estaciono chueca. Por la ventana encuentro el reflejo de los talk shows en la tele. Puerta sin seguro. Toco más de tres veces. Abro. Las llaves sobre la mesa, flota el olor de las pupusas, comal, salsa, teléfono. Camino lento, saludo la traila vacía. La tentación de las pupusas me convence a esperar quietecita en la mesa. No toco el control remoto. Sofá, tapete, recámara abierta, masa, pupusa solitaria en el fuego apagado. El trofeo al lado de la tele me hace sonreir.
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