viernes, 14 de mayo de 2004

Eran las tres y media cuando decidí que era hora de buscar ayuda, el dolor en el pecho era cada vez más fuerte, dolía respirar. Tanto que mi respiración se convirtio en un jadeo. El practicante me recibió vestido de algodón azul, las sillas donadas en los ochenta por un hospital de East L.A. eran idénticas, hasta en los desgarres de la tapicería, violetas con las patas cromadas. Dude en sentarme.
--Qué tienes? --Me preguntó.
Lo observé descaradamente, moreno, acento de recién llegado de algún estado del sur, no pude evitar sentir confianza cuando noté sus uñas blanquísimas, limpias, bajé la vista a las mias, amarillentas,con manchas de tinta y una pequeña decoloración en la del anular izquierdo por la desnutrición.
Tardé en contestarle, la respuesta no le interesaba, sin embargo, creo que se puede confiar la vida en cualquier practicante de medicina si tiene las uñas más limpias que las mias.
--Me duele el pecho.
--A ver gorda, vamos a revisarte, sientate.
Al oirlo decirme "gorda" me dieron ganas de patearlo, como se atreve el infeliz, gorda su abuela, gorda la que llego antes que yo (que en realidad era un tonel con dos hijos y diecinueve años). Senti deseos de indicarle que se refiriera a mi profesionalmente pero el dolor era mas fuerte que cualquier otra cosa.

Después de examinarme el corazón y los pulmones y de diagnosticar baja presión y taquicardia, el futuro médico me aseguró que mi malestar se debía al estress, me recetó descanso y paxil.

Ya en la recuperacion y después de varias inyecciones recetadas por Nini, mi doctora de verdad descubri en internet que los síntomas que tuve son iguales a los de un infarto y a los de una ataque de pánico.
Elijo no hablar.