sábado, 26 de enero de 2013



The sort of thing that makes me happy.
Lueve y encuentro una mujer que va a comprar un garrafón de agua, lo lleva en una carriola de bebé que rueda frente a sus pasos sobre el lodo de la calle.

La fila de la tortillería crece. Un hombre de botas amarillas se recoje el cuello de la chamarra, se encoje, como si haciéndose más pequeño el agua le cayera menos.

Mi vecino chimuelo, adicto e inofensivo camina llevando un litro de leche y algunos paquetitos de plástico para el desayuno. Los zapatos y la chamarra le quedan grandes.

Las calles son el desastre más triste, las grietas me recuerdan los lodazales de hace unos años, el pavimento se lava con los arroyos, la mujer de leopardo camina en círculos y botas negras de absurdos tacones picudos.

No puedo dejar de admirar su impracticidad.

Se me olvida todo: voy. me regreso. llego. me vuelvo a ir. me detengo. doy vuelta en u. sigo. me regreso. me siento. me levanto. voy. sigo. me detengo. miro. respiro. dudo. acelero. veo a unos perros. pienso: esto ya lo hice antes.

No deja de llover.



Estudiamos cosas que no sirven para nada. La graduación universitaria sustituyó a la fiesta de quince años, a la boda. Es un ritual por otro.

Desde hace varias semanas veo un rótulo sobre la ferretería abandonada, dice: Asesoría Legal. Está decorado con un martillo de juez.

La ferretería quebró hace años, pero el dueño logró enviar a la universidad a sus hijos, quería licenciados porque los licenciados son chingones y nunca andan muertos de hambre y ninguno de mis hijos va a andar vendiendo clavos pa vivir, como yo.

Ahora la ferretería se ha convertido en despacho jurídico, y nada. Tiene un letrero que me hace preguntarme quién en esta colonia subdesarrollada contrata abogados.

domingo, 20 de enero de 2013

El aire fresco-salado-terregoso-húmedo.

El ruido de la calle: taladros-carros-voces-pasos-silbidos.

jueves, 17 de enero de 2013

Era una alien calva, cabezona, delgada de enormes ojos negros que todo lo miraban con desconfianza. Hubo ropas de estambre tejidas a mano, hubo frío. Su madre dijo que su boca era demasiado grande, como si las bocas tuvieran que ser de uno o de otro tamaño.


lunes, 7 de enero de 2013

Estas vacaciones no puse árbol de navidad, sólo amarre unos moños leopardos a Christine, la suculenta más travestida del norte. Apenas abrí la computadora un par de veces, la llevé conmigo a todos lados, eso sí, como los libros que paseo cuando voy de viaje y no leo.  Cociné en navidad, pero casi nada;  una berenjena, un par de calabazas, unas lechugas con nueces y queso. Ni una sola escena de tensión festiva, la única decisión que hubo con el postre fue dónde comprarlo y no la consulté con nadie.

Durante los primeros días me dio una obsesión por la limpieza; lavé alfombras en la minicasa y en el minidepa, también sofás, ropa. Ventilé la casa muchas veces aunque el frío me engarrotara. Aire. Yo no sé por qué era tan importante. Lavé, limpié, guardé, tiré, me faltó quemar, pero no pierda usted la esperanza, que cerillos tengo.  Me compré un archivero negro de lámina pequeño, dentro puse folders, carpetas, cuadernos, planes imaginarios, montones de historias no inolvidables.

Puse arroz en las esquinas de la casa (ningún ritual de nada, ninguna brujería, remedio simple para absorber la humedad y el olor a casa sola.

Compré manzanas verdes, grandes, comí dos.

Corri de un lado al otro de la frontera; un día a Disneylandia, otro a Palm Springs, otro a Ensenada, varios a San Diego, un rato en Redlands, luego a Tijuana, Rosarito. Al cine con Ivonne, a un bar con Rodrigo, a una fiesta de extraños con Manolo, a los viñedos con Keige, a Redlands con Debbie, Gary, Ginny. También fui a celebrar el cumpleaños de Gloria con los amigos que me dejó la Ibero. Un día vi  al Ron después de tantos años, otro día vi a la Miriam que me trajo buñuelos michoacanos, un domingo fui a caminar el mercado con la Michi hermosa que se llevó un pedacito de la albahaca de mi casa y que me vio comprar un pequeño librero blanco y un vestido negro por el que pagué quince pesos.

Mandé a la chingada al ensimismamiento y a la abstracción, de esa palabra me quedé con las últimas seis letras. Las reflexiones más profundas se dieron en pláticas con mi madre.

Me hice una lista secreta de lo hecho y lo no hecho, la guardé donde nadie sabe, ni yo.

No revisé las calificaciones que me dieron mis profesores ni las evaluaciones que hicieron sobre mi trabajo mis alumnos. Francamente no me importaron las unas ni las otras (mentira; después de tres semanas vi).

Bebí demasiado poco, pero casi a diario.

Un pendiente era la perra. Hoy la llevé a esterilizar (quisiera un verbo distinto a "castrar", pero no lo encuentro) a la distancia vi cómo el veterinario sacaba con pinzas el tejido rosa de su útero. Describí a mi madre lo ocurrido y no quiso saber, le pareció una cirugía inhumana.

No sé por qué en este momento pienso en la quinceañera de Cristina, ocurrida en 1986. Usé un vestido rosa cosido por mi madre, creo que también tuve una flor en el cabello a modo de fascinator y pinté mis labios de rojo. Bebí sidra en copa de plástico sostenida por manos con guantes de red. El salón donde fue la fiesta era el más barato del pueblo. La madre de Cristina usó sus sábanas y cortinas como manteles. Cerca de el lugar de honor había una mesa cubierta con una cortina que tenía impresiones de los equipos de la NFL. Siempre que veo cosas de fiesta recuerdo los cascos del futbol americano impresos en tela de popelina sobre la que comió algún familiar de la quinceañera. Cristina usó un sombrero. No recuerdo su vestido, quiero pensar que tenía una capa, pero mentiría. No sé si bailé, tampoco recuerdo la música, creo que ni siquiera tengo una foto.
rain skylight