jueves, 20 de agosto de 2015

La doctora clavó la aguja en mi seno, era una mujer diestra, mayor, güera y cachetoncita, simpática. Amelia, la enfermera era de Jalisco, vivió en Tijuana y ahora estaba acá en la alta California. Cuando Amelia vio que la jeringa entraba en mi carne me dijo:
–squeeze my hand, squeeze it as hard as you want.
Apreté insegura, su mano se sentía áspera, casi con escamas. No me di cuenta hasta un rato después que lo que tocaba no era piel, sino un guante estéril de algún material distinto al látex.

Frente a mí la pantalla proyectaba imágenes ultrasónicas del interior de mi seno. Vi la punta de la aguja aproximarse al objetivo: una pequeña cosa pequeña, una masa, según los médicos, un algo anónimo con una forma que no era redonda ni cuadrada ni amorfa, al recordarla, pienso en esquinas redondeadas, como las de una television antigua. La aguja atravesó a la pequeña cosa pequeña, que opuso resistencia pero al final cedió. La anestesia inundaba mi seno: un tubo y luego otro, con algún vasoconstrictor para evitar una hemorragia.

Cuando la aguja salió no pude evitar la curiosidad y quise ver (aunque de antemano sé que los médicos siempre ocultan los instrumentos de la mirada del paciente). Nunca había visto una aguja tan larga y fina, medía lo suficiente para atravesar mi seno completo de lado a lado, eso me asustó, pero ya estaba fuera. Dije un vago: "wow, that's a long needle." a lo que la doctora respondió de buen humor: "wait 'till you see the next one." Me reí un poco aterrorizada; ningún folleto, ningún google search me había preparado para lo que me estaba pasando, toda la literatura de divulgación decía que se trataba de una cosa muy simple, rápida, sin mayor problema y yo, como siempre, creí, como creo casi todo lo que leo.

La siguiente aguja no era una aguja, era una cánula, un instrumento de succión, una aspiradora con un tubo de punta afilada. Lo que siguió es borroso y confuso: el calor de la cánula atravesándome el seno, yo sin aliento, el diálogo entrecortado entre las tres:

–Tell me if any of this hurts
–I feel…           warmth…         me arde ¿Amelia, cómo se dice que me arde?
–Does it burn? It must be that the anestesia is still spreading…     squeeze my hand, squeeze it as hard as you want.

Mis ojos entre el techo, la pantalla y el interior de mis párpados. Un sonido de succión y licuadora, como cuando un niño se empeña en absorber con el popote la última gota de un juguito de caja.

Extrajeron tres muestras. Amelia le preguntó si no haría la cuarta, pero la doctora dijo algo de mi vascularidad y de los riesgos de hemorragia y luego algo como: "I don't want to be greedy", luego tomó una pepita de metal minúscula, mas pequeña de una lenteja y a través de la cánula la disparó dentro de mi pecho para marcar el lugar de la biopsia, sin embargo, el metal se alojó en algún lugar de mi carne que lo hizo desaparecer de la pantalla y hubo que disparar una segunda para asegurar la marca.

Cuando la doctora se despidió Amelia aplastaba mi pecho con una palma sobre la otra. Yo temblaba, tenía la garganta reseca, respiraba hondo frente a la pantalla pensando, como otras veces, en ese espectáculo de mí para mí.

El procedimiento siguió su curso; hubo muestra de la herida, curación, un par de mamogramas, vendaje de torso, bolsa de hielo, indicaciones y ándele mijita, váyase a su casa a quedarse quieta un par de días.

Al salir noté la música y las decoraciones artificiales del vestíbulo que remedaban el imaginario de un spa. Me molestó la ridiculez del nombre de la sala de espera: "Bamboo Room". Todo me parecía absurdo: el engomado de una mariposa monarca en el suelo que servía como ruta para las pacientes de mamografía, los empleados del valet parking, vestidos de negro en la puerta y las pacientes que dejaban sus llaves a cambio de un boleto, como si llegaran de vacaciones a un hotel de lujo.