miércoles, 26 de septiembre de 2012



El aire acondicionado había fallado. Hubo un incendio, no lo sé, algo: bomberos, policías, los hombres del camuflaje. Mis alumnos sudaban, rogaron que los sacara del edificio, que les permitiera tomar la clase fuera.


Los llevé al estanque de las carpas japonesas  y las tortugas.
Al final de la clase una Ashley o una Dana o una Aubrey esperó a que todos se fueran para decirme que sus otros profesores nunca los sacan del salón.
Dije que el calor, y que el aire acondicionado, y que era inhumano mantenerlos encerrados en esas condiciones.
No dije que para estar fuera sólo necesito un pretexto. 

lunes, 24 de septiembre de 2012

Estoy tan cerca de la frontera que oigo el helicóptero.
Empty subject.
Mi familia tiene trompetas y guitarrones, músicos de clóset y de bar los fines de semana, tiene futbolistas, beisbolistas y campeones de surf. Cada quinceaños tiene niñas que se convierten en madres un poco después de la fiesta de los quinceaños, es lo común, luego engordan y cambian de padre para sus hijos, son bonitas, son simpaticas, saben bailar y son excelentes contadoras de mentiras (mi envidia es translúcida, lo sé). Mi familia tiene tías que hacen pozole y birra, tiene recetas de salsa y hieleras de cerveza inagotable, tiene café instantáneo con galletas de paquetito plástico y el chisme más sabroso del universo. Mi familia tiene misas que desbordan las iglesias, tiene raíces en el sur y ramas en el norte con fiestas a cada rato, bajo cualquier pretexto: cumpleaños, muerte, aniversario, nacimiento del hijo, halloween, día de gracias, juego de futbol, boda, o "vámonos al rancho a hacer una mantarraya en cazuela, que los días han estado muy bonitos". Mi familia no tiene vergüenza.

En mi familia lo más raro (la loca, la "ay pinche Lore, tú siempre con tus cosas") soy yo.
Septiembre cambió de nombre. Su primera casa fue una caja de cerveza León.

Ahora es un León de cola negra. "A falta de melena", dijo mi madre.


sábado, 22 de septiembre de 2012

Me gustan los edificios con elevador de reja, rodeados de homeless, los departamentos donde las tinas tienen patas de león negras. Me gustan las sábanas que huelen a cuerpos desconocidos, las cocinas con azulejos negros y blancos. Me gusta el olor a mantequilla rancia de la madera comida por la polilla. Me gusta comer mango, pero no me gusta que dé tanto trabajo. Me gusta mi patio, mi bugambilia, mi ruda, mi albahaca, los geranios rebeldes en eterna lucha con Violeta. Me gusta el ruido vivo de la calle, la moto que acaba de pasar, las muchachas del Focus que van a los bares en minifalda para que un narco invite los martinis. Me gusta el cielo fresco sin nubes. Me gusta el claxon del taxi y el rechinido de los resortes de aquel carro sin amortiguadores. Me gusta mantener distancia amable frente a los vecinos. Me gusta la ventana abierta y la voz del niño que llama a su madre. Me gusta pensar que en algún lugar hay un gato cazando ratones.

No sé, me gusta.

domingo, 16 de septiembre de 2012

El hombre llevaba un perrito pequeño en la mano, parecía que lo había mojado un poco en el agua del mar. Nos lo mostró, nos dijo que estaba limpio. No entendí si trataba de venderlo o regalarlo, no le hice mayor caso. Dijimos que era bonito, agradecimos y se fue. No quise tocarlo, no había caso.

Hubo puesta de sol frente al mar, hubo plática de amigas, luego a casa. Hubo cena, hubo bandera en la lavadora y blusas chiapanecas, hubo más plática en torno a la mesa, hubo carpool a la ceremonia del grito, hubo plátano frito, hubo funnel cake (la novedad en la fiesta patria de mi pueblo).  

Ya era tarde cuando vimos a dos policías empujar a un hombre hacia el estacionamiento, una pequeña aglomeración de personas los seguía. Los policías lo llevaron detrás de un carro y lo arrojaron al piso entre patadas y golpes, el hombre se hacía ovillo para proteger algo que llevaba con él.  Nos acercamos. Era un cachorrito. Lo reconocimos; el golpeado era el mismo hombre que horas antes nos había ofrecido el perrito en la playa. La gente lo defendía, pedían a los policías que no lo golpearan al tiempo que videogrababan la golpiza. Los policías cesaron un momento. Lo alejaron sólo para esposarlo, ponerlo de pie y ya indefenso arrojarlo de cara al concreto, la boca se le reventó, hubo sangre. La gente estaba furiosa.

Los policías trataron de alejar al hombre para llevarlo a la patrulla pero la gente los seguía. Nosotros también nos acercamos, al caminar vimos al perrito en el piso, sentado, quieto. Lo recogí. Apenas pesaba nada. Su dueño estaba esposado, sentado sobre la acera rodeado de gente y de policías, manaba sangre de dos heridas en la boca. Estaba borracho. 

Se lo llevaron en una patrulla, su delito fue estar solo, borracho y cuidar un perro. No hubo más que hacer. Hablamos con el alcalde, con el comandante de la policía, con el hombre de la seguridad pública. Sirvió de muy poco. 

Envolvimos al perro en la bandera y nos fuimos. Mi hermano ha decidido adoptarlo. Sugerí que lo llame Septiembre.

sábado, 15 de septiembre de 2012

8:00 am Minicasa en Rosarito suena el teléfono fijo. No contesto. Dos minutos después vuelve a sonar. Contesto en la modorra.

--Bueno.
--Ay! no me digas que te desperté, discúlpame, es muy temprano ¿verdad? ¿Cómo andas?

La voz suena conocida y desconocida a la vez. Más conocida que desconocida. Pienso nebulosamente en las estafas telefónicas pero como que todavía no despierto del todo. Hay partes de mi cerebro que todavía roncan. Un escaneo rápido y adjudico la voz a "El Güero", un oceanólogo a quien veo poco, pero que a veces durante esta época del año invita a embotellar vino, a tocar tiburones o a guateques en medio del desierto.

--Hey Güero, sí, me despertaste ¿Cómostas?
--Bien ¿tú qué onda? ¿qué vas a hacer hoy? ¿vas a estar en tu casa?
--No sé ¿y tú?
--No sé tampoco... oye, pero bien que me reconociste la voz ¿verdad? ¿a ver, quién te habla? adivina...

El hombre dice la palabra mágica. Mis neuronas dormidas despiertan (encabronadas, claro), mi tono cambia.

--Oh, no, cariño, mi cielo ¿Quién habla? Dime quién eres o te cuelgo en chinga.
--Adivina...
--No, mi rey. Esas tranzas conmigo no funcionan. Buenas noches.
--Espera, espera ¿pero sí hablo como El Güero?
--Corazón, mi vida, mi rey. Te digo que estas tranzas a mí no me hacen pendeja. Déjame dormir, a mí no me vas a chingar, compa.

Cuelgo. Pienso: acabo de hablar con El Estafador Telefónico y le he dicho mi vidas, corazones, mis cielos. Me doy risa. Imagino que el estafador también se da risa y que le encantaría tener alguien le hable como yo todos los días, de preferencia en las mañanas.



jueves, 13 de septiembre de 2012

martes, 11 de septiembre de 2012

Y el horóscopo decía lo que pasó y me asustó y fue bueno.
Marx-Freud-Saussure-de Beauvoir.

Nerdear es lo mío.

domingo, 9 de septiembre de 2012

Recién empiezo a disfrutar de estar fuera de la vorágine de mi trabajo en la Ibero. La planeación, el cuidado de cada uno de los más minuciosos y ridículamente insignificantes detalles, el surfeo entre la academia, la educación, la burocracia y el arte me tenían tronada (hasta en florista inusitada, en maestra de ceremonias y en curadora me convertí).

Ahora esto que hago es igualmente complejo, pero se siente bien surfear en agua distinta, fluctuar en dos idiomas, entre ser alumna y profesora, en la soledad de estar rodeada de 30,000 personas, en dos casas y dos países, en dos climas. Me gusta. No tengo tiempo de nada pero me gusta.
Seldom.

(¿Dejavù?)

(Perdone usted si repito las cosas, mi memoria es tan mala como siempre)

Seldom.

Esas palabras que no traducen y fascinan.

domingo, 2 de septiembre de 2012

...and in the mind of a woman for whom no place is home the thought of an end to all flight is unbearable.

(hoy perdí un libro, pero encontré este que tenía meses perdido: The umbearable lightness of being)

sábado, 1 de septiembre de 2012

Cruzar la frontera hacia México: el desmadre, el caos orgánico, la hábil impericia de los choferes, gente en las esquinas, mugre, noche, taxis desesperados, luces direccionales decorativas siempre apagadas. Peligro: el que maneja como gringo pierde. Love the blinking stoplights. Love the dirty smell of sweet burned gasoline. Love the ancient stickiness of spilled soda on the pavement. Love the transvestite in a bikini that crosses the street on high heels and a flowing trench coat. Love Tijuana.