miércoles, 28 de enero de 2015

Hace doce años escribía desde una PC escondida entre un biombo y la pared de un walk-in humidor. Supongo que hacía frío. En aquel tiempo intentaba rescatarme del esquema que estaba marcado para las mujeres de mi generación en mi pueblo. No quería ser "eso".

Una de las cosas que más recuerdo es el miedo, un miedo irracional (¿habrá miedos racionales?) al porvenir, a la incertidumbre del futuro (claro, soy capricornia: todo tiene que estar muy bien anticipado, controladito, planeado, con su causita y su efectito a la vista).

Ha pasado mucho tiempo.  Aquí está toda la prueba de que no entendía nada.

Creía en la legalidad, en el amparo de vivir en sociedad. Pensaba que había fórmulas como: trabajo+esfuerzo+dedicación=recompensa.

No sé, pero la propaganda surtió efecto: la vida es esto, el destino es estotro, el amor va por estelado, la familia se acomoda así, los amigos van acá y se definen así. Cuesta mucho meter la mano en el espejismo y tantear con cautela. Hay quien no lo resiste.

Ahora bostezo y me estiro con un poco de risa cuando descubro que hay gente que sigue muriendo de amor. Las obsesiones, los desvelos, los llantos, las confesiones me crean una distancia infinita. Pienso en los pequeños infiernitos familiares, los pueblerinos, los de la colonia y entiendo con gran compasión que es muy difícil salir de ellos, especialmente cuando son heredados y una tiene que cargarlos porque así es y no puede ser de otro modo.

Aunque sea con muchos años de por medio, se siente bien saber que siempre hay que llevar liviana la maleta.

Me impresiona, eso sí, ver lo jóvenes que somos, ver que esta ilusión tiene apenas poco más de un siglo y que la propaganda masiva no tiene ni treinta años.

Y ahora, con un chingo de vida transcurrida desde aquel rincón entre el biombo y el humidor, estoy completamente en otro norte. A la distancia veo mi pequeña isla peninsular en el desierto partido con láminas de guerra recicladas y veo que no hay solución y está bien. Nunca la hubo, el problema era la solidez del espejismo.





domingo, 18 de enero de 2015

Desperté y la mesa estaba llena de piedras, un rebozo morado con surrapitas, una vela roja, una blanca. Hay un recuerdo nebuloso de manzanas y nieve de vainilla, risas de ventanas abiertas.

En la sala una montaña de barajas sobre la mesita al lado de la gitana que dormía en el sofá. El dolor que me atravesaba la cabeza era delgadito como el cable de una bocina pequeña. Volví a la cama pensando que son 27 y 27 siempre van a ser.

(buscaré ramen o una sopa thai a falta de la magnánima birria del cuñado)

jueves, 1 de enero de 2015