viernes, 25 de mayo de 2012

There's a dark part of one's soul that takes pleasure in crushing the heart of a priest.

lunes, 21 de mayo de 2012

Tuve una oficina oscura en el centro del edificio, era un refugio de tornados en zona sísmica. Era escritorio enorme, cuadros horribles más grandes que la puerta, silla azul, un teclado que lastimaba mis muñecas (mandé cambiarlo, me causaban desconfianza las manos que lo tocaron antes). Impulsivo, como es, Rubén  hace tiempo decidió que nos mudábamos. Todos los que trabajamos para él recibimos oficinas nuevas en la esquina noroeste del edificio. Las secretarias se quedaron con una barra a la que sólo le faltaba el hielo y las copas. Rubén se quedó con la oficina más oscura y nos cedió las ventanas, los espacios grandes, la vista a los cerros, a la bahía de San Diego y al mar.

En mi oficina nunca cierro las persianas, sólo enciendo la luz si se me hace de noche (que es casi nunca). Sobre la pared tengo una cortina roja que cubre una puerta inútil. También hay un banco en forma de L, Saúl lo pintó "rojo sangre" (según sus palabras). Ahí guardo herramienta, botellas de vino, cables, telas, papel. Sobre los cojines a veces se duerme Gloria cuando ocurre que yo no estoy y ella llegó cruda. Gloria sufre siempre y se ríe y me cuenta sus aventuras de paracaídas y hoteles, me muestra las fotos clandestinas que hay en su celular, luego se queja de sus tacones de aguja con plataformas, pero nunca se los quita. Habla como niña aunque tiene más de treinta, sigue atorada en los quince sin saberlo. Secretamente odia ser secretaria.

A veces llega el Róber. Casi diario. Gloria me pregunta si sé de la muda que le llama siempre: timbra su teléfono, Gloria recoje la llamada desde el conmutador pero sólo hay silencio. Gloria quiere saber más. Insiste en preguntarme. Yo sé, pero me hago tonta. El Róber me intimida y me hace reir. Es un hippie impaciente y renegón que ama el vino, las mujeres, la música, la poesía. Calladito, imprime un poema y lo deja en algún escritorio. Calladito también llega al dulcero que hay en la oficina de Dulce (así es, la oficina de Dulce es un pleonasmo) y esculca el dulcero para gozar de la mañana mientras escucha jazz en su oficina y se prepara para la siguiente clase.

Somos algo así como actores atormentados con pánico escénico. Y también damos los peores discursos.
Todo se escucha a través de las paredes. Mis vecinos son a veces: un cura pesimista, un cronista deportivo analfabeta, dos feministas guerreras, una nerd cínica que es fan del cantante ese español que me cae gordo, he olvidado cómo se llama, debe no caerme tan mal. Ah, ya: Bunbury. Sí me cae mal. Las feministas son las más silenciosas (y sospecho que las más peligrosas). Yo estoy al centro. Una de mis ventanas da al pasillo, la otra al cerro y al chingo de cielo. Soy una lagartija dentro de una pecera. Me gusta el sol.

He arreglado mi oficina con las cosas que me voy encontrando; le compré un tapete de espirales para esconder el piso feo. En la pared hay una foto que nadie entiende y que nunca explico, aunque todos preguntan: ¿y eso qué?--Expropié de una oficina abandonada un escritorio de los de antes, es de madera con cuero y me encanta. Tengo un florero largo al que me gusta ponerle una sola hoja de alcatraz que me robo de la jardinera que hay por el elevador (no robo flores, sólo una hoja con tallo largo).  A los pies tengo una botella de tequila desde hace un año. El nivel ha ido bajando de a poquito. Una noche que ya no aguantaba más la abrí en la oficina de Dulce. Hubo churritos de maíz, chile, cortamos limones, teníamos sal. También llegó Blanca. La oficina de Dulce fue cantina, hubo botana y descanso en el sofá beige.

Dice el Róber que habitamos el Rincón de las Vírgenes. Aquí hay montones de mujeres de cierta edad, sin hijos, sin esposos, sin novios, sin amantes. El trabajo es su vida. Se la pasan en la oficina, las reuniones virtuales, presenciales, viajes de trabajo, el teléfono. Es donde comen, donde conviven, donde están sus amigos y sus fiestas. Siempre me dio  un poco de terror eso. Quise mantenerme fuera, pero después de dos años, soy igual que todos. Doy los buenos días en los pasillos y abro los emails con un "Estimado fulanito de tal", los cierro con un "Saludos cordiales". Puedo afirmar que el trabajo administrativo me ha aplastado la creatividad y aunque invento y promuevo cosas, me desespero. Sé que ya es tiempo de irme, desde hace un año lo era y ya me iba pero me regresaron. En fin, una es blandita de caradura.

Nuestro jefe es Rubén, un jesuita pocho que se parte en cachitos y se regala siempre. Para él no hay trabajo imposible. Le gustan los qués, no le interesan los cómos. Hace tiempo, al terminar con una carga de trabajo que casi acaba conmigo, me dijo: ¿De qué te preocupabas, si al final todo te sale bien? mi respuesta fue un furioso´:
--Me vuelves a decir eso y te juro que te suelto un chingazo.--Lo normal hubiera sido que me corriera de inmediato, pero al contrario. Ha hecho cosas por mí que nunca esperé de nadie, mucho menos de un cura.

El otro día me visitó Rodrigo y me preguntó cómo era la Uni. No tuve respuesta, sólo le dije: es grown up. Pude haberle dicho que hay misas en la capilla y comidas con vino, tequila y flores, que hay pasteles de cumpleaños cada semana, que en el inter trabajamos un chingo, que lo más desgastante es cuando el tiempo se va en tarugadas (así llamo al trabajo administrativo), pero mejor me callé y lo llevé a ver el mar desde mi cerro favorito: "la esquina del cielo", según palabras del Róber.

Y ya me les voy. Agradezco a Dulce por enseñarme a no perder el objetivo que da origen a las cosas. A Rubén por lo que hizo por mi padre vivo y muerto. Al Róber por la compañía y el tiempo. A Lili por el apoyo indudable y el cariño. A Rosa Alicia, por dejarme en medio de un páramo que me llevó a descubrirlo todo sola (esto no es un reclamo, es un verdadero agradecimiento, así funciono y aprendo mejor), a Sara y Cris por el café y el silencio, a Gloria por las risas, el cariño, los abrazos, la paciencia, a Hans, porque nunca se raja, a Lorenzo, porque hace falta alguien así de crítico para mantenerse a raya, a Anna Claudia, por la dulzura y la tranquilidad, por enseñarme que la autoflagelación no sirve de nada, a la Magui por su ecuanimidad, al Luca por los corajes que se aplacan con un abrazo.

No sé a quién le dejo mi chamba, pero ai se la encargo. Le dejo todo, cuídemelo. Sólo me llevo la foto incomprensible, ninguna cicatríz, ningún mal recuerdo. Cargo con el teléfono de  La Viuda y con Christine la suculenta (mis plantas). De verdad, ai le encargo.




Postdata por si los chismes:

Ya puse la sentencia: me voy. Falta que diga cuando.

viernes, 18 de mayo de 2012













Me gusta platicarle a Lore mis hazañas de adolescencia tardía, nadie como ella para burlarse de una. Hace tiempo perdí la vergüenza. 

Una vez me dijo: aquí cero compasión morra y me arruinó el numerito. No sé cómo, todo con ella en lugar de drama es comedia. 

Hoy intentó salvar a un hombre que conducía una camioneta que lanzaba llamas por el mofle. Lo alcanzó en la gasolinería, se acercó a su ventana y al parecer se trataba de un efecto mecánico de la carcancha para nutrir el espactáculo urbano.

Ella observa detalles que nadie más: 

Me invitó a recorrer el Cañón Rosarito. ¿En bici o caminando?, le pregunté. Yo te sigo en mi carro, respondió.




(Copiado desde el blog de la Míriam)

jueves, 17 de mayo de 2012

No, no sabía lo que era un Mi Rey y sí, creo que hablar con uno me provocaría tristeza y sueño.

domingo, 13 de mayo de 2012

Jets de guerra sobrevuelan este lugar que hoy es la mitad de mi casa. Vivo en el 100. Tengo cortinas azules y luz del Sur (nunca me ha gustado la luz del Norte). Si pudiera con un haikú, escribiría algo de la bañera, el estruendo del cielo en esta ciudad militar, los winos que pasan el domingo en el pasto de la biblioteca y los helicópteros libélula que van de cacería a la frontera.

viernes, 11 de mayo de 2012

I love those dusty streets. I love that smell of raw gasoline, ocean breeze and burnt sugar.



domingo, 6 de mayo de 2012

Era una mujer con canas y suéter rojo, labios secos, rimel igual.
Hablaba como argentina, pero todo era ficción.
También era un asaltante con aretes de acero que caminaba al ritmo del chasquido de mis llaves.
Antes fue el motor de un impala 69 azul cielo robado en la navidad de 81.
Después fue una foto sin átomos, una mano, una cuchara de madera, una serie de dientes felices, algo verde al fondo, algo teñido de rosa, un ojo cerrado.
No era nada como un traje de baño azul marino con dos franjas amarillas y una cereza.
El apartamento era como todos: liso.
El piso simulaba madera.
En el techo giraban gatos perdidos en dunas artificiales.
Durante algunos días no hubo cuerdas con cuerpos sobre el tráfico, tampoco hubo sueños de marejadas.
Todos los asesinados sabían muy bien cómo morir gracias a las películas y a los periódicos.
Las mujeres sabían cómo ser bellas porque tenían revistas.
Nadie supo el momento en que el espejo, el incienso, el foco, la aguja, el billete, el papel y la gelatina se revelaron.
Él vació su casa dos veces antes de que regresaran las ballenas.
(Quizá es necesario aclarar: esto no es una adivinanza, es un ejercicio de hipnosis)
Sus labios pasaron del desnudo al rosa Barbie y no dije nada.
(sí, no se olvide usted que estoy aquí)
Le gusta la sombra aperlada naranja y nunca le he dicho que la línea negra en el contorno de sus ojos la hace ver vieja, es un acto de compasión.
La ventana nunca tuvo zapatos verdes ni dibujos sin tinta.
Caía una cortina translúcida cuando había que pensar en otra escena.
El mejor consejo que pude darle fue: si quieres mantener la cordura, nunca leas entre líneas.
Lo cierto es que no.


jueves, 3 de mayo de 2012

Soy oficialmente una abuela en potencia.
Disfraz (y make-up), manteles, ambigú, botellas de vino, flores, museo (re gacho).

Es Halloween.

--¿Qué es como nieve de nopal?
--Una tuna.