martes, 28 de agosto de 2012

La universidad me hace pensar en disneylandia. Yo soy de cosas chicas ¿Sabe usted? escuelas chicas, pueblos minúsculos, calles en las que nadie se pierde. Dicen que somos 30,000 alumnos. Yo no sé ni qué decir cuando pienso en eso.

Cuando atravieso el campus observo cómo nadie observa el hormiguear de la gente que entrecruza el rumbo. Veo a los muchachos devorar comida de vasijas plásticamente deshechables, concentrados, solísimos, inmersos en una ensalada o en un pan frío. Es triste. También me los encuentro en la banca de metal, frente a un libro gordo que no puede ser más que ingeniería o física y me pregunto si alguien puede estudiar con este calor, en este aire agobiante, en este ruido, bajo esta lluvia de gotas gruesas.

No sé. Yo no podría. Yo soy de luz y de rituales inútiles, de nichos, de silencio y quizá de un poco de música a lo lejos (muy lejos).

domingo, 26 de agosto de 2012

Un viernes entrego pase de estacionamiento, llaves y oficina en mi antiguo trabajo, el lunes recibo pase de estacionamiento, llaves y oficina del nuevo.

Me pierdo y me pierdo.

Mañana conoceré a los alumnos que aprenderán de mi español malhablado.

No descanso, nunca.  No tengo miedo.

Me robo los ganchos de mi propio clóset. Ordeno cajones. Hago carpetas negras, rotulo horarios, planeo llegar al menos dos horas antes de mi primera clase. Es todo nuevo, casi emocionante, un poco feliz. Esto de tener dos casas no está nada mal.

El aburrimiento por lo general tardará en llegar dos años, así es casi siempre.

Pero ahora el mundo brilla, aunque se quiebre.

El mundo se quiebra.

sábado, 18 de agosto de 2012

Mi oficina era un tiradero, había papeles, un durazno, una suculenta adolescente, una adolescente jugando al playstation, el teléfono de una viuda al que se le caía una hojita. También había origami-obsequios que fueron apareciendo en la ventana anónimamente.

Nunca estuve sola, no pude estar sola. El desfile comenzó en el email y continuó en la oficina. Hubo abrazos, palabras, hand holding, ojos muy abiertos, a ratos lágrimas compartidas, hasta un poco de incredulidad y compasión. Los regalos eran de peluche y de perfume, de girasol, de mermelada con jamaica (de chile y sin), de origami, de tinta, de limones robados, mojados, entregados en mano al tono de un comentario cínico y una sonrisa.

Nunca esa silla recibió tanta gente en un sólo día. Nunca me había despedido de ningún lado con tanto cariño.

Ramón fue de los últimos, me habló de flores mecánicas, de árboles eólicos luminiscentes, de cuerdas robóticas kinosensitivas. Le dije: tú no eres ingeniero, eres artista. Todo eso que me dices me suena a museo, no a tarea.

Hacía algún tiempo descubrí en un cajón una plasta de globos derretidos, me gustó como pieza. La plasta paseó por mi oficina durante meses, la gente entraba, y a veces jugueteaba con ella mientras hablaba conmigo, me preguntaban por que tenía eso ahí, les decía que era arte-objeto, siempre les daba risa. A la hora de irme, una vez que todos mis escasos tiliches estaban en una caja, que las plantas ya se habían marchado, que mi hija me esperaba en el estacionamiento número 24, justo bajo mi ventana, tomé los globos y no pude tirarlos a la basura, escribí en un post it: "esto es una metáfora de aquí", lo dejé  para la persona que llega después de mí. No hubo mayor sentimiento, en la oficina quedó la cortina roja, el tapete de espirales, el banco en forma de L que Saúl pintó "rojo sangre" (según sus palabras), el escritorio antiguo de madera y piel, algunos muebles, el mismo papelero que encontré cuando llegué y el que yo generé.

En el estacionamiento me despedí de Ceci, me abrazó mucho. Ella quiso darle su sangre rarísima a mi padre pero él ya no pudo esperarla. Le agradecí todo. Lloramos hasta que ella se fue a su escoba y yo a mi carro.

Por la noche hubo fiesta con chapulines y mezcal de pechuga y de gusano, cerveza oscura, vinos y más vinos, ron, pescados a las brasas, tapenade, pastel de vainilla y limón, hubo muchas risas, conversación y chisme sabroso, hubo noche templada, estrellas, mesa larga en un jardín. La mayoría éramos mujeres, Ninis tenía absortos a la mitad de los hombres de la fiesta, conversaban con ella en un extremo de la mesa. El Róber me dijo.

--Ya hablamos de diez discos y de diez libros... qué chingona tu morrita.

Bebí despacito y casi nada, andar en carretera con mi hija me ha llevado a ser  una borracha responsablemente doméstica.  Comí chapulines, probé la mitad de un gusano de maguey, era fibroso, de una textura casi plástica, no me pareció muy interesante.

Apenas comenzaba la madrugada cuando me despedí. Todos seguían ahí, no parecían querer irse nunca. Me despedí con abrazos, guardé en la memoria la imagen de la mesa rodeada de gente tan dispar y tan adorable. Estaba saliendo cuando Lili me gritó:

--He trabajado doce años en la Ibero y en todo ese tiempo nadie había recibido una despedida así, eres la primera.

Agradecí con un saltito feliz y me fui.

viernes, 17 de agosto de 2012

Hoy dejo la Ibero después de cinco años de luchar con estructuras absurdas, de aprender a tener una propia, de perder el miedo al error, al ridículo, a enseñar, de querer a mis alumnos y dejarlos que me quieran.

Estoy contenta.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Un texto que escribí para el San Diego Reader sobre el movimiento #yosoy132.

Versión en inglés:

Mexican President-Elect Peña Nieto vs. #yosoy132 | San Diego Reader

Versión en español:

México: Entre los Dinosaurios y el Poder del # | San Diego Reader

Si usted es alguien que se sabe toda la política mexicana enterita quizá esto que escribí le parezca muy simple. En realidad está dirigido con todo cariño a la gente extranjera que no tiene puta idea de lo que ha pasado en este país y de la gravedad de la vuelta del PRI al poder en México.


Es tan retebonito volver a ser una chica mac.

Metronomy - She Wants

domingo, 12 de agosto de 2012

El médico entra, baja la luz, me saluda, me pide que me recueste sobre la camilla cubierta de papel de china.

Visto un chaleco de papel rugoso blanco "con la parte abierta hacia el frente", como indicó la enfermera.

Una vez recostada, el médico me pregunta por qué estoy ahí. Le respondo que me duelen los abrazos.


La voz del medico es suave.

Tengo miedo.

El médico descubre uno de mis pechos, exprime sobre él serpientes de gel azul translúcido que brilla con la escasa luz que sale de una pantalla cercana. Está tibio. Siempre que me hicieron ultrasonidos antes habían sido en el vientre, tenía la memoria del choque de un gel helado sobre mi piel.

La cámara se desliza fotografiando once quistes. El médico me dice:

--Esto es lo que te duele.

La cámara se muda al otro pecho, ahí encuentra seis quistes. El médico me dice que tengo de todo. Pienso en lo que puede significar que me haya dicho eso. Observo la pantalla, veo cómo el médico congela los círculos negros y los marca, midiéndolos. Suspiro.

--¿Suspiras por tus bolas?

No sé ni qué le respondo. Los suspiros son algo de lo que casi nunca se tiene consciencia.




Sudo.


Toso.


Trago piedras.


No hay cosa más pendeja que enfermarse de la garganta en verano.

(y no hay cosa más triste que estar en casa escribiendo esto en lugar de flotar en la alberca o luchar contra las olas en la playa)

jueves, 9 de agosto de 2012

Todos los días acaban en vierrnes, todos los días pienso: "mañana es sábado" y al despertar descubro que es viernes, luego inmediatamente, sin pensarlo mucho digo: "lo bueno es que mañana es sábado".

El día me regresa a la realidad de los otros: para ellos es un vil martes, un miércoles cualquiera, pero ellos qué saben, que no vengan a contarme cosas.

Ayer supe que se prepara mi despedida, se buscan fechas, ya está el lugar, he pedido tapenade. Sara dice que llevará el tequila sueltalenguas. Es algo extraño, una primera vez. No acostumbro despedirme, ni en las fiestas. Desaparecer es siempre mejor.

sábado, 4 de agosto de 2012

Ayer lloré al pie del elevador. Me encontre con Rosa Alicia, dos años atrás ella me contrató y luego me soltó en despoblado. Ya es público que me voy, era importante que se enterara por mí. No hay mejor lugar para dar estas noticias que la puerta de un elevador.

Le pedí que nos sentáramos un momento. Le di las gracias, le dije que había aprendido montón de cosas. Me preguntó qué. No supe cómo responder. Luego de un rato le dije que aprendí a equivocarme y a no cargar con mis errores.

Ella también lloró, compartimos bufanda de lágrimas. Le dije que siempre es mejor chillar al pie de un elevador que dentro de una oficina. Ella estuvo de acuerdo.
Una de las máximas de Anna Claudia:

Eres una ilusión óptica, pero no hagas mucho caso, debes tomar en cuenta que el comentario viene de una equis ele.