Mi oficina era un tiradero, había papeles, un durazno, una suculenta adolescente, una adolescente jugando al playstation, el teléfono de una viuda al que se le caía una hojita. También había origami-obsequios que fueron apareciendo en la ventana anónimamente.
Nunca estuve sola, no pude estar sola. El desfile comenzó en el email y continuó en la oficina. Hubo abrazos, palabras, hand holding, ojos muy abiertos, a ratos lágrimas compartidas, hasta un poco de incredulidad y compasión. Los regalos eran de peluche y de perfume, de girasol, de mermelada con jamaica (de chile y sin), de origami, de tinta, de limones robados, mojados, entregados en mano al tono de un comentario cínico y una sonrisa.
Nunca esa silla recibió tanta gente en un sólo día. Nunca me había despedido de ningún lado con tanto cariño.
Ramón fue de los últimos, me habló de flores mecánicas, de árboles eólicos luminiscentes, de cuerdas robóticas kinosensitivas. Le dije: tú no eres ingeniero, eres artista. Todo eso que me dices me suena a museo, no a tarea.
Hacía algún tiempo descubrí en un cajón una plasta de globos derretidos, me gustó como pieza. La plasta paseó por mi oficina durante meses, la gente entraba, y a veces jugueteaba con ella mientras hablaba conmigo, me preguntaban por que tenía eso ahí, les decía que era arte-objeto, siempre les daba risa. A la hora de irme, una vez que todos mis escasos tiliches estaban en una caja, que las plantas ya se habían marchado, que mi hija me esperaba en el estacionamiento número 24, justo bajo mi ventana, tomé los globos y no pude tirarlos a la basura, escribí en un post it: "esto es una metáfora de aquí", lo dejé para la persona que llega después de mí. No hubo mayor sentimiento, en la oficina quedó la cortina roja, el tapete de espirales, el banco en forma de L que Saúl pintó "rojo sangre" (según sus palabras), el escritorio antiguo de madera y piel, algunos muebles, el mismo papelero que encontré cuando llegué y el que yo generé.
En el estacionamiento me despedí de Ceci, me abrazó mucho. Ella quiso darle su sangre rarísima a mi padre pero él ya no pudo esperarla. Le agradecí todo. Lloramos hasta que ella se fue a su escoba y yo a mi carro.
Por la noche hubo fiesta con chapulines y mezcal de pechuga y de gusano, cerveza oscura, vinos y más vinos, ron, pescados a las brasas, tapenade, pastel de vainilla y limón, hubo muchas risas, conversación y chisme sabroso, hubo noche templada, estrellas, mesa larga en un jardín. La mayoría éramos mujeres, Ninis tenía absortos a la mitad de los hombres de la fiesta, conversaban con ella en un extremo de la mesa. El Róber me dijo.
--Ya hablamos de diez discos y de diez libros... qué chingona tu morrita.
Bebí despacito y casi nada, andar en carretera con mi hija me ha llevado a ser una borracha responsablemente doméstica. Comí chapulines, probé la mitad de un gusano de maguey, era fibroso, de una textura casi plástica, no me pareció muy interesante.
Apenas comenzaba la madrugada cuando me despedí. Todos seguían ahí, no parecían querer irse nunca. Me despedí con abrazos, guardé en la memoria la imagen de la mesa rodeada de gente tan dispar y tan adorable. Estaba saliendo cuando Lili me gritó:
--He trabajado doce años en la Ibero y en todo ese tiempo nadie había recibido una despedida así, eres la primera.
Agradecí con un saltito feliz y me fui.