domingo, 28 de septiembre de 2014

Yo no me sé las eras de memoria, ni los siglos, ni puedo ver toda la historia linealmente. No me la creo.

Ya dije que desde hace mucho descubrí que todo viaje es un viaje en el tiempo.

 Ser del lugar a donde llegan todos los que huyen  permite ver como los tiempos que cada persona o cada grupo trae consigo se condensan en un solo espacio y cohabitan, chocan. Cada uno trata de imponer el suyo,  al menos en su terreno, en su casa, en lo poquito que puede controlar.

Mi tiempo, el de mi madre y el de mi padre eran distintos. El mío es mucho más cercano al de mi madre, las dos somos norteñas, fronterizas, independientes, somos más o menos modernas. Mi padre al contrario, venía de la Tonaya del Llano en llamas, completamente estancada, aislada, miserable, olvidada.

En la plena desesperanza, después de encontrarse a una marrana en el campo, mi padre decidió hacer su propio viaje en el tiempo, ir al futuro en Tijuana. La marrana tuvo crías que se vendieron a pesar de la pobreza del lugar y con ese dinero mi padre se pagó un boleto sin vuelta. Pero mi padre no contaba con eso de los tiempos, él traía el suyo muy bien delimitado, traía el orden y las jerarquías marcadas con fuego y trató de imponernoslas aconsejado por esa pequeña bestia que tenemos todos los seres humanos, pero no contaba con que salir de Tonaya implicaba abandonar su etapa evolutiva, su tiempo histórico para llegar a chocar con un tiempo múltiple, gravitacional, en movimiento, en flujo, en caos.

Y así fue como mi padre se convirtió en un patriarca sin barrio.


jueves, 25 de septiembre de 2014

Lo siento en el lado izquierdo del cerebro, es algo como cuando uno hace gimnasia y los músculos del cuerpo duelen y despiertan.

martes, 23 de septiembre de 2014

…la palabra es el asesinato de la cosa

(dice un tal Satavrakakis parafraseando a un sicólogo y a un lingüista que no se ponían de acuerdo)


viernes, 19 de septiembre de 2014

Why are men so proud of their balls? I don't get it.

(uno de los tantos momentos de claridad de la Ninis)

jueves, 18 de septiembre de 2014

Acabo de ver a Zizek subir al autobús. Parecía un Marx crudo, chato y narizón pero con fleco (un poco sudado y grasoso, por cierto)

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Oigo las canciones de la mafia en la radio y poco a poco empiezo a entenderme.

Voy en el tráfico este ridículo en el que se respeta el peatón y se maneja a 25 millas, en este lugar donde nadie suena la bocina ni para salvar su vida y en los cruceros hay una competencia mortal para ver quién es el más cortés al ceder el paso (pierdo, siempre, pierdo, orgullosamente pierdo).

La música de la mafia tiene un ritmo simple y agitado, primitivo, es un sonsonete chillón de resortes vencidos en una cama vieja. No puedo decir que me gusta, cuando la escucho más bien me siento asombrada, fascinada en verdad,  porque es música de revelación que habla de pura filosofía. Sus grandes temas son la muerte, el placer, el poder, el honor, el respeto, la libertad, la aventura, la valentía, el devenir, el destino. Es una cosa muy rara que casi no habla de emociones, nada de amor ni de odio, no hay espacio para ternuras ni sensibilidades, el dolor no existe, tampoco el miedo, menos la tristeza. La familia es un ente que sólo aparece en el entierro del antihéroe. Algunas canciones son la crónica vital del macho y sus reflexiones frente al mundo, otras son el hedonismo masculino más radical y superficial: fiesta, droga, parranda y mujeres (como símbolo de estatus, como elemento decorativo, como figura de la satisfacción del deseo).

Y nada, pues, que cuando manejo oigo música de hombres para hombres en la que yo no existo, no me veo, no me oigo pero de algún modo me entiendo porque es mi cultura que me niega y sin embargo me crea.

Soy, chingado, soy.

Cuando oigo una letra particularmente sangrienta veo la herencia del origen de toda cultura.

Escucho todos los elementos del juego y de la guerra: territorio, defensa, control, ataque, estrategia, habilidad, reglas, subalternidad, jerarquías.

Como le digo a usted, es una cosa fascinante.





viernes, 12 de septiembre de 2014

En aquel tiempo todavía me levantaba tarde. Mi padre me despertó por teléfono, dijo algo de un helicóptero y la televisión (esto lo he contado cien veces, unas dos o tres aquí) y un accidente y yo, como siempre, no le hice caso. Mi padre tenía el don de la exageración, yo en cambio tengo el vicio del realismo. Desde muy temprano aprendí a desconfiar en toda medida de las fantasías fatalistas de mi padre, pero encendí la tele y claro, ahí estaba todo. Había sido un verano particularmente malo, yo era una madre novata jovencísima con una tienda de habanos a cuestas. El presagio del invierno nunca era bueno, pero ese día fue desolador. Cerró la frontera. La calle estaba desierta, hacía fresco, no parecía septiembre. Vimos el derrumbe y todo lo que todos vieron. No había más que hacer. La tienda no abrió, yo creí que ahí quedaría todo; ni un ahorro encima, la certidumbre de un invierno funesto y encima los turistas  que en los '90 derrochaban su crédito en habanos, a partir de entonces perderían sus casas, sus carros, sus trabajos y se quedarían encerraditos en apartamentos de renta recordando los tiempos en que les enseñé a encender un puro con una varita de cedro español.

Ese día nos fuimos. Era temprano, Ninis empezaba con el asma. Fuimos a Tijuana a pasear en el Parque Teniente Guerrero. Todo estaba desierto. No sé. Parecía que el invierno fuera un pariente indeseable que llegó sin avisar. Había mucho silencio, mucha luz blanca, mucho frío seco.

Quiensabecómo sobrevivimos.

Aunque cada año que siguió fue bastante malo para el negocio, lo manteníamos de las historias que nos inventábamos y de la amistad que cultivamos con los clientes. Cada invierno enunciábamos las estrategias que seguiríamos el siguiente verano, los productos que compraríamos, los viajes que haríamos. Puras mentiras. Así pasaron nueve años.

Es muy curioso cómo a la distancia pueden verse las cosas alineándose unas con otras, formaditas y organizadas como si verdaderamente pudiera hablarse de un destino.

Esto empecé a escribirlo después. Ya sabe usted que lo que siguió fue duro. ¿Qué puedo contarle que usted no sepa ya? Mucho, pero más vale que pase más tiempo.

Aquí escondidos hay muchísimo miedo y censura. Hay vecinos, familiares y amigos asesinados, torturados, secuestrados, desaparecidos. Algunos tienen nombre, otros no. Algunos aparecieron, muertos, casi siempre, otros no van a aparecer nunca.

Y… qué le puedo decir ahora.

Hay un éxodo microscópico y una repoblación extraña conformada por miles de deportados que han hecho de la frontera su limbo. Pero lo que más hay es miseria. Por un lado hubo estrategias de resistencia, de negación, de reclamo del territorio, del lenguaje, de la vida. Ya sabe usted, los artistas, los intelectuales y los cándidos con sus discursos para salvar el mundo. Hubo una reapropiación de la cultura que antes se despreciaba y eso desencadenó en que surgiera un estilo de vida hedonista que al principio tuvo su gracia pero ahora apesta a snobería. Es un momento paradójico en que la ceguera no es frente a la sangre y la bala, ahora lo transparente, tan ostensible, es la miseria y todo lo que viene con ella.


martes, 2 de septiembre de 2014

Estoy en un tercer piso con terraza. Es un apartamento clonado con alfombra cortita y oscura para esconder la mugre.

Lo primero que hice fue comprar una planta de ruda, una sábila, algúnas suculentas y una planta de sombra para limpiar el aire.

Todo es paz y armonía. La gente se detiene en los altos. El aire siempre está limpio y a veces tiembla.

En la frontera mi carro era cosa rara: pequeño, viejo, bajo, gris, híbrido de primera generación, pasado de moda y sin ningún brillo, pero aquí vino a encontrarse con todos sus primos y hermanos. Aquí es uno más.

El viejo chino regala ayuda y orientación geográfica de corazón.

Los teléfonos públicos ofrecen regresar los pasaportes perdidos.

No suena la banda por ningún lado, por eso a veces pongo la estación que toca corridos de mafia, es como oir las noticias.

Los árboles forman túneles translúcidos sobre las calles.

Hay lagos ocultos y extraños negocios de cestería o de cerámica que sobreviven inexplicablemente.

Cuando oigo español me quedo callada, escucho con atención y me doy cuenta que el escaso code switching es señal de migración reciente.